Mas de una vez le he contado a los que me leen que cuando yo era pequeño y no existía Google, mi mamá era la que me ayudaba a alimentar mi curiosidad. Me hacía buscar todos los días una palabra en el diccionario, un “Pequeño Larousse Ilustrado” que en el medio tenía una sección dedicada al latín. Mi mamá además fue quien me enseñó a leer, porque durante el preescolar estuve más bien dedicado a las artes de la plastifica y la pintura con los dedos, en el Centro de Formación Preescolar Don Guillermito, el preescolar de la familia, donde ella era la directora, la psicopedagogía (mi mamá se graduó de Psicólogo en la Universidad Católica Andrés Bello en Caracas), y la que manejaba el transporte (por eso tenía una licencia de 4ta, que es la que te permite manejar camiones y autobuses).

Mi mamá, como muchas madres, siempre estaba pendiente de mi formación, me enseñó a nadar en la Teo Capriles, me puso en cursos de inglés desde que estaba en 2do grado de primaria, en el Instituto Venezolano Británico, apenas tuve edad…como 12 años, en clases de computación en Radio Shack, donde aprendí Basic y mi amor por las computadoras. La primera que tuve, una Commodore 64-C, me la compró ella y no sé cómo la escogió, pero fue por ella que la tuve. En una época aprendí algo de hebreo con un rabino porque mi madre quería que me acercara más a sus raíces maternas, no por nada mi segundo nombre y apellido es Salomon Bograd, como mi abuelo que nació en lo que hoy se llama Rumania.

Mi mamá me hablaba de Picasso, de Rembrandt, de los grandes pintores y artistas (y cuando mi sobrino Guillermo Andrés pasaba las tardes en su casa, le enseñaba eso mismo y a mí me sacaba una gran sonrisa). Mi mamá me hizo aprender a recitar a Andrés Eloy Blanco (Píntame Angelitos Negros, por ejemplo), y a Gustavo Adolfo Becquer (Volverán las oscuras golondrinas). Me enseñó aquel escrito maravilloso de Rudyard Kipling, Si, que un día cuando lo ví en una librería (pre-Internet) lo compré y lo pegamos en la nevera de la casa, para verlo y tenerlo presente siempre.

Mi mamá viene de una familia multicultural y maravillosa, con su padre que escapó de los nazis y los campos de concentración (de allí viene el nombre Marlene, por Marlene Dietrich, y Cristina como mi bisabuela Santiaga Cristina) y conoció a mi abuela, cuyo primer esposo había sido chino (de allí tres tíos maravillosos chino-venezolanos), y en mi casa celebramos siempre las tradiciones católicas, pero igualmente los viernes hacíamos (y aun hacemos en mi casa) el Shabbat, en mi caso para dar gracias a Dios por lo bueno, y para honrar a mis antepasados que me han hecho llegar hasta aquí. 

Mi mamá además siempre me hacía buscar letras de canciones, en una época quisimos aprender italiano y lo hacíamos con programas de TV y canciones, y hace unos días hable con ella vía videoconferencia y me dijo que quería la letra de Que Será, Será. Cual no sería mi sorpresa cuando hace un par de días fui a cenar con mi tío John, uno de sus hermanos nacidos en China, y me comentó de la nada que cuando ellos se conocieron el no hablaba mucho español, y que se comunicaba mucho con canciones con mi mamá, que siempre le cantaba Que será, será. 

Algo rarísimo sentí en ese momento, pero era tarde en la noche de Caracas y no los llamé para contarles la casualidad. Hoy la llamada vino de allá, mi mamá, Marlene Cristina, se fue. Mi papá me dice que con una sonrisa en la cara, bromeando con los doctores hasta el final.

La última vez que hablé con ella le dije que la quería muchísimo, que tuviera dulces sueños (le encantaba que le dijera eso), y ella me respondió con la bendición. Nunca imaginé que iba a ser la última vez que le hablaría, aunque trato de cerrar todos los días como si fuera el último, por esa conciencia que adquiere uno con el tiempo y más luego de dos años de pandemia y sufrimiento de tantos, de estar separados de nuestros seres queridos y no poder verlos.

Me quedan los buenos recuerdos, honrar su memoria y en cada Shabbat orar por su alma. Ahora tengo un ángel que me cuida desde el cielo, y con lo curiosa e inteligente que es mi madre, pues bien cuidado estoy.

Si me lees desde una nube allá arriba madrecita, te dejo acá el poema de Kipling, y si, puedo mantener la cabeza en mi sitio cuando todos alrededor la pierden, porque tu me criaste así.

Te quiero, por siempre. 

G.

Si…

Si puedes mantener la cabeza en su sitio cuando todos a tu alrededor

la pierden y te culpan a ti.

Si puedes seguir creyendo en ti mismo cuando todos dudan de ti,

pero también toleras que tengan dudas.

Si puedes esperar y no cansarte de la espera;

o si, siendo engañado, no respondes con engaños,

o si, siendo odiado, no incurres en el odio.

Y aun así no te las das de bueno ni de sabio.

Si puedes soñar sin que los sueños te dominen;

Si puedes pensar y no hacer de tus pensamientos tu único objetivo;

Si puedes encontrarte con el Triunfo y el Desastre,

y tratar a esos dos impostores de la misma manera.

Si puedes soportar oír la verdad que has dicho,

tergiversada por villanos para engañar a los necios.

O ver cómo se destruye todo aquello por lo que has dado la vida,

y remangarte para reconstruirlo con herramientas desgastadas.

Si puedes apilar todas tus ganancias

y arriesgarlas a una sola jugada;

y perder, y empezar de nuevo desde el principio

y nunca decir ni una palabra sobre tu pérdida.

Si puedes forzar tu corazón, y tus nervios y tendones,

a cumplir con tus objetivos mucho después de que estén agotados,

y así resistir cuando ya no te queda nada

salvo la Voluntad, que les dice: “¡Resistid!”.

Si puedes hablar a las masas y conservar tu virtud.

O caminar junto a reyes, sin menospreciar por ello a la gente común.

Si ni amigos ni enemigos pueden herirte.

Si todos pueden contar contigo, pero ninguno en exceso.

Si puedes llenar el implacable minuto,

con sesenta segundos de diligente labor

Tuya es la Tierra y todo lo que hay en ella,

y —lo que es más—: ¡serás un Hombre, hijo mío!